Alice Munro


 

24 – 07 – 24

Una punta de años en Canadá y pese a mi capacidad de lectura no recuerdo haber leído ni una línea de Alice Munro. Tampoco la tengo en mi biblioteca, aunque después de su Nobel  me prometí adquirir al menos sus más notables colecciones de cuentos. Eso sí, leerla cuando tuviese tiempo y ganas. Ganas y tiempo: difícil que el chancho chifle.

Comentábamos en la entrada anterior que una coincidencia me llevó del personaje Leyla de Los últimos días de Julio Verne de Sergio Olguín a la real Andrea Skinner, hija de la laureada escritora. Skinner fue abusada por su padrastro; Munro supo del episodio y en definitiva tomó parte por su marido. Cuando el hecho alcanzó estado público cayó como una bomba en el mundo lector y también entre quienes la conocían solo de nombre.

Inconmensurable la tragedia de Skinner, que se antepone a cualquier consideración sobre qué hacer de ahora en más con la obra de Munro. En esto último ya existen quienes quieren poner en práctica la peliaguda teoría de la cancelación. Los que gustan del arte saben que se parece al mundo real y se propone representarlo, pero no lo es. Goza de cierta independencia, de regulaciones y cadencias propias y poco importa si el autor es un depravado. Adhiero a esta autonomía. Ya aconteció con Pablo Neruda, Bernardo Bertolucci, Pablo Picasso y Woody Allen – entre tantos otros – de quienes sería necio privarse de sus poemas, pinturas y películas.

El detective Sam Lazarevich – como yo, nunca leyó una línea de Munro – que acercó al domicilio de la novelista la imputación de Skinner contra el padrastro manifestó que si tuviera algún libro de ella lo tiraría a la basura. Lo desconcertó la indignación de la Nobel de literatura contra su hija y la defensa del marido cuando le anotició los cargos de la Justicia. Pesaroso apreciar si es motivo de alarma pero ha trascendido que un buen número de personas comparte la severa perspectiva del detective Lazarevich.

HD (hugodemarinis@guardaconellibro.com)

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