Yo recordaré por ustedes
Yo recordaré por ustedes
Juan Forn
Buenos Aires, Emecé,
444 págs.
2021
Al amigo Facundo, para que nos entendamos.
Hacía
mucho que no me demoraba tanto con una lectura. No por difícil. Estas son piezas
labradas, pequeñas, autónomas, que requieren que se las desmenuce para
disfrutarlas mejor. Es el libro que más tardé en leer en los últimos tiempos, un
poco porque por placer ahora leo más lento. El material aquí es un chocolate.
Vale la pena dejárselo en la boca hasta que se deshaga solito. Prolongar el goce
del lector deseante de historias bellas y refinadas, como las notas de fondo en
los diarios de antes, en papel. Historias de diversas partes del mundo que acaso
uno no llegue a visitar. Leer recostado, antes de dormirse, para que lo leído permanezca
y con suerte – ¿no te pasa? – continuar la lectura en sueños.
***
Forn se
ocupa en secciones de esta selección, de disidentes del antiguo bloque
socialista. De Boris Pasternak refiere una anécdota conocida que tiene
múltiples versiones (“Una sentencia de muerte en diez y seis versos”). El autor
opta por aquella en que Stalin llama a Pasternak para inquirirle si su amigo el
poeta Osip Mandelstam y un poema juguetón de él que lo denigra tienen valor
literario. Parte de la respuesta del escritor – “…ese no es el punto…” –
le da pie a Stalin para amonestarlo con obvia sorna por su desentendimiento: “si
Mandelstam fuese mi amigo lo habría defendido mejor”.
***
Poco sé de
la vida de Pasternak, salvo lo que informa Forn. Ganó el Nobel de literatura en
1958, pero cuentan que las autoridades de la U.R.S.S. lo obligaron a
rechazarlo. En su obra cumbre, Dr. Zhivago, la
CIA puso fondos, ayudó a imprimir y difundió para que se conocieran en el mundo
y en la propia U.R.S.S las iniquidades que los comunistas rusos
les hacían padecer a sus connacionales. Jóvenes negligentes adrede sobre maquinaciones
geopolíticas y censuras a la cinematografía proimperialista de Hollywood, vimos
y también padecimos la lacrimógena y multipremiada película homónima (1965),
con Julie Christie y Omar Sharif. A muchos de nosotros cuando la volvemos a ver
– sin que mengüe el sentido rufianesco de la operación de la CIA – todavía nos emociona.
***
Los
relatos que aluden al este europeo hay que encararlos con caución porque sobrevuela
la conciencia un espíritu comisario que compele a sospechar intenciones
autorales anticomunistas. Se juzga quizá mal la insistencia de Forn en el afán
represivo en el ex bloque socialista, en especial, con los artistas. Historias como
“El arte de tejer
calcetas” y “El sueño de la cocina propia” parecen nacidas de la
animadversión del autor por las insuficiencias del comunismo real. Historias
conmovedoras, así y todo, que en vez de proclamar insidias predisponen a la
reflexión y a un ajuste no exagerado de cuentas con un pasado imperfecto que no
termina de pasar.
***
Seducen la
escritura franca y el linaje de buen periodista de Forn, aquel que debe esmerarse
en saberes variados y expresarlos en lenguaje asequible y atractivo. Así como
en el relato sobre Pasternak y Mandelstam insta a reconsiderar pálpitos
ideológicos, sorprende en “Caín viendo llover en La Habana” con Guillermo
Cabrera Infante. Se entiende que al autor cubano lo reconozcan urbi et orbi,
pero a los progresistas testarudos les cuesta y más bien muestran renuencia a apreciar
su obra. La maravilla del título que eligió Forn, sin embargo, tornaría absurda
la liviandad de saltarse el apartado. De cualquier modo no es práctica recomendable
saltarse porciones de libros, lo que no quita que en ciertos ámbitos se deteste
la inquina de Cabrera Infante con la Cuba revolucionaria y el imperecedero
líder Fidel Castro. La inquina es similar, aunque menos punzante, a la del blog
La Lectora Provisoria donde un tal Quintín, en la entrada
del 14 de septiembre de 2015 – “Diario intermitente (37)” – comienza su pieza, “Hoy me
enojé con Juan Forn…”. El escritor del blog la emprende contra Forn por su perspectiva
sesgada hacia el progresismo en “Caín viendo llover en La Habana”. Quejas que, es
probable, tengan el mismo origen exasperado que los prejuicios progresistas
respecto a la figura e ideas reaccionarias del barroco Caín, somo a Cabrera le
gustaba que lo llamaran.
***
La manera
de ver las cosas de la última parte del párrafo previo nos coarta la posible apreciación
de talentos tipo Vargas Llosa en los reprimidos por la antigua burocracia
cultural en la ex zona de influencia soviética. Ese, llamémoslo “celo” para ser
bondadosos, nos coloca en el terreno opuesto del que desearíamos situarnos pues
se ejerce así una intolerancia inadvertida que se yergue a un tris de la
censura, aspecto intrínseco de una necedad que es más común entre fachos y
macartistas. Tuvimos la ventura de conocer espíritus comisarios. Muchos de
ellos eran personas decentes que estaban lejos de encarnar el mal; unos pocos, bastante
cerca.
***
Acceder a las
dimensiones imprevistas de, por ejemplo, un Cabrera Infante o un Bioy Casares
(“Calamar en su tinta”) con sus iracundias, caprichos y excentricidades por
mediación de Forn es uno de los beneficios de este libro que también se aplica
en la pulcritud formal de sus historias. Aporte placentero de un periodismo
ilustrado, hoy en declinación. Es una pena la certeza de que ya no habrá nuevas
miniaturas a degustar. Pero Forn – que en la foto de la solapa principal del
libro dona una sonrisa enrulada y generosa, como la del Sonny (James Caan) de El
Padrino (1972) – trabajó numerosos relatos. Como las buenas lecturas, se
pueden leer muchas veces, en modo atento, pero mejor tranquilo y recostado,
antes de dormirse, a ver si la fortuna permite seguir leyendo en el sueño.
hugodemarinis@guardaconellibro.com
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