Filibuster, gerrymandering, schadenfreude

 28 - 02 - 22


Ahora que el mundo se viene abajo por una guerra que amaga precipitar el apocalipsis, invito a pasear liviano por el New York Times (NYT) – lectura previa al conflicto – que me deparó unos vocablos largos, medio estrafalarios, que no tienen en absoluto relación con Ucrania, la Federación Rusa o la OTAN.

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Los idiomas además de desarrollarse y engrosarse sin pausa poseen recovecos que cuando los descubrís te pasman de sorpresa. Mirá si no lo que pasa con anglicismos, galicismos, italianismos, el lenguaje inclusivo y otros de los que se apropia el castellano diario como si nada, gambeteando a la Real Academia Española (RAE) con zigzags de corte mundialista. El inglés también procede así – lo sabemos por Shakespeare y por ser la lengua de quienes a menudo se apoderan de bienes y territorios que no les pertenecen – quizá con menos culpa y más enjundia.

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Uno está leyendo con esfuerzo el NYT – que a veces te regala 10 notas al mes en su versión digital – y de repente se te cruza una palabra que buscaste mil veces en el mataburros pero se te olvida porque no es de empleo cotidiano y te figurás que en la lengua madre se usa distinto. Así, el otro día me topé de nuevo con filibuster”, que se invoca en parlamentos mayormente anglos para significar “obstrucción”. En regiones de habla no inglesa no conozco si se maneja la misma palabra – equivalente a “filibustero” – para significar que un parlamentario habla en extenso para demorar adrede una legislación en discusión, tal como indica la entrada correspondiente en Wikipedia. Sabía del término como forma culta de decir “pirata” aunque jamás pensé que el obstruccionismo parlamentario fuera una táctica habitual del Corsario Negro. Resulta llamativo que “filibuster se utilice en los civilizados parlamentos modernos con un sentido que se emparenta a una actividad delictiva. El primer filibustero del que me enteré – excluyendo los de las novelas de Emilio Salgari y de las revistas de historietas – fue William Walker (1824 – 1860) un pelmazo extravagante y dañino que a mediados del siglo XIX pretendió, guerreando con saña pero sin éxito, apoderarse de Centroamérica para anexarla al sur esclavista de Estados Unidos.

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Otra palabra peculiar que he encontrado en recientes lecturas es “gerrymandering”. La he buscado con frecuencia sin que mi cerebro la pudiese incorporar a mi entendimiento hasta – espero – ahora, me imagino que por los límites geográficos de su utilización. De modo liso y llano quiere decir manipular la composición de distritos electorales en Estados Unidos y aunque en inglés existe “manipulate”, analistas políticos más avispados que cultos prefieren “gerrymandering”. Esta expresión colorida la acuñó un periodista anónimo de Massachussets en el siglo XIX quien comprobó maniobras del gobernador de ese Estado – Elbridge Gerry (1744 – 1814) – para que, con el rediseño personal de los distritos electorales, su partido obtuviera más representantes pese a contar con menos votos. Para confeccionar el neologismo el escriba del Boston Gazzette combinó el apellido del gobernador con el par de sílabas finales de salamandra (“salamander” en inglés) y quedó Gerry – mander. En 1812 apareció una caricatura atribuida al pintor Elkanah Tisdale (1768 –1835) que reproducimos abajo y que muestra el antojadizo distrito electoral con forma de un dragón/salamandra que satirizaba el fraude perpetrado por Gerry. Tal práctica prevalece hoy en día en varios distritos de Estados Unidos. Según el NYT – de simpatías demócratas – han sido los republicanos quienes a diario vienen intentando rediseños de los distritos en que perdieron por escasos sufragios en los comicios de 2020. La gran batalla de los demócratas es denunciar y así tratar de impedir al amparo de las leyes vigentes y de cierta ética que los republicanos practiquen el “gerrymandering

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Una expresión que no tiene que ver con obstruccionismos parlamentarios ni manipulaciones electorales pero que hallé festiva por su sonido marcial y la gracia que causa su carga de malditismo, es schadenfreude. Su significado refiere a una emoción inherente al género humano que los humanos que se dicen de buena voluntad gustarían no promocionar como propia. Se trata del disfrute ante la desgracia ajena. El término proviene de dos palabras germanas “schaden” por daño y “freude”, alegría. No recuerdo haberme tropezado con expresión tan piola en todos los años de mis lecturas febriles y desordenadas ni en inglés ni en español. La encontré en otro artículo del NYT escrito por el sacerdote jesuita James Martin, titulado “¿Cómo reaccionar cuando una persona antivacunas muere de covid?” Con un schadenfreude concluirá el réprobo lector, pero el padre Martin, al parecer más ecuánime que el resto-promedio de los mortales, plantea que no debiera ser de esa manera porque “Jesús nos propuso orar por nuestros enemigos, no alegrarnos de sus desgracias”. Otros autores afirman que no se debe ser tan militante contra el dizque inmoral sentimiento de schadenfreude y que una satisfacción ante las pifias del prójimo, especialmente si no lo queremos, no viene mal. En estos tiempos actuales en que prima el individualismo cerril no se puede tampoco – por más risa que nos provoque alguien que se resbala y se desmorona al pisar una cáscara de banana – dejar de pensar que el vocablo viene como anillo al dedo para el despliegue del egoísmo y la guerra de todos contra todos que promueve la cultura del neoliberalismo en nuestras sociedades.

Hay una palabra que viene del griego y que la RAE no reconoce pero que se podría usar en castellano – además de regodeo, a todas luces insuficiente – que es la horrísona epicaricacia. Imposible que esta última provoque una sonrisa pícara o de maldad; más bien encogimiento de hombros y dolor imbancable de oídos. Nos quedamos con schadenfreude, a la prometemos usar con discreción.

HD

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