100 años

 

100 años más

24 - 06 - 21




Leer a Horacio González puede ser una señal de identidad para quienes siguen el consejo de Borges acerca del lector hedónico: leer por la sola fruición de hacerlo. Por eso perseguimos con afán sus notas y reportajes por Página 12, La Tecla Eñe, Nuestras Voces y cuanto medio, no importa su pequeñez o jerarquía, publicase lo que escribía. Vamos a extrañar pesquisar su huella en los medios. Echaremos de menos la aventura de su lectura exuberante y, cada abril, el ritual de búsqueda de sus exposiciones y de su último libro publicado por Colihue en la Feria del Libro de Buenos Aires. Dicen los que lo conocieron que atendía a todo el mundo. De cualquier modo, no hacía falta tener trato personal para percibir su solidaridad y a la vez preguntarse, cuándo dormía este hombre que además de escribir y leer a ritmo extraordinario, desparramaba conocimiento en presentaciones, conferencias, proyectos, clases y en cuanto acontecimiento o ágape fuese invitado. No me explayaré mucho más. Amigos, discípulos y conocidos han comentado su partida, aun los que se encontraban en veredas paralelas u opuestas a su pensamiento. Conmovedoras despedidas entre las que destaco la belleza de las de Mario Wainfeld en Página 12 y de Beatriz Sarlo en Clarín. En lo que me concierne siento el mismo vacío de lector que cuando murieron Julio Cortázar en 1984 y David Viñas en 2011. Me apena lo obvio que la muerte causa y como buen egoísta también que, salvo alguna novedad póstuma, la producción escrituraria no se ampliará. González se explayaba de modo tan torrencial sobre una diversidad de saberes que hubiese requerido 100 años o más para continuar explicando lo que había aprendido de las honduras y ñañas de la amada Argentina y del mundo.

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