Sobre "Búsqueda" de Miguel Robles
Búsqueda
Miguel Robles
Sudamericana
2016
Hugo De Marinis
Este libro se debería leer bajo el influjo contextual de una ficción de Borges: “Tema del traidor y del héroe”. Muchas veces se sostiene con una convicción inquietante que ciertos acontecimientos fueron como se razonaron y juzgaron en un momento determinado y que con una que otra adición quedaron empaquetados para los anales. Se advoca que las lógicas binarias conducen a conclusiones que después de proclamarlas provocan alguna turbación, por pobres y, en gran probabilidad, erradas. Sin embargo, resulta harto difícil escaparse de esa defectuosa forma de evaluar – a pesar de lo cual creo que existen binarismos complejos. De tal percance no se libran personas ni entidades que gozan de autoridad ya sea porque son especialistas, por trayectoria, o porque son gente buena y justa, y dan la impresión de dominar la materia sobre la cual exponen. Las nociones del héroe y el traidor en los combatientes setentistas recorrieron un camino sinuoso en la historia reciente pero han llegado al punto de ya no constituir una divisoria que denigra a sobrevivientes del horror concentracionario que padeció la Argentina.
El hecho de que se haya condenado a los torturadores y asesinos de los Centros Clandestinos de Detención (CCD) se debe en buena medida a los testimonios de los pocos a quienes les tocó conservar la vida en aquel suplicio. Tuvieron que juntar el coraje para contar y describir los campos en innumerables ocasiones; desmentir y señalar a los verdugos y poner en evidencia oral la tragedia que se sabe que ocurrió pero de la que las pruebas no abundan, salvo en la tierra arrasada que dejó la dictadura, junto a los testimonios y los cuerpos ausentes en el contorno de silencios asesinos.
Estos sobrevivientes, tipos y tipas del común, portadores de una ejemplaridad notable ya que en sus declaraciones en los juicios otorgaron con sus testimonios la posibilidad de medida redención a una sociedad golpeada como nunca antes. Ayudaron a que se sentenciara a criminales de lesa humanidad, que de no haber sido por su agencia se hubiesen mantenido impunes. Sobrevivientes que hoy bien podrían observar solo con recelosa melancolía la galanura de ese relato épico por el que siente tanta atracción la cultura occidental y cristiana, y nosotros, los contemporáneos, retoños soñadores carnales o putativos de aquellos héroes nuestros. Admiradores si de alguna manera se logró eludir la relación directa, corporal, con la barbarie del enemigo impío en el CCD. Cuando se pretende revivir aquella narrativa grandiosa en los días reales de la vida cotidiana sin sus males – si no nos reconocemos locos – se tropieza con que toda solidez se desvanece en el aire. Ese relato tiene derecho a reivindicaciones varias, pero no a culpabilizar con rabia a nadie; hasta me animaría a cuestionar cualquier reclamo de inocencia al que apelen los que desconfían. ¿Por qué? Porque entre ellos todavía hay un recurso ramplón a lo llano del espíritu sin considerar la existencia de los vapores del infierno y su capacidad de envenenar la materia más noble.
Charlie Moore, el entrevistado por Miguel Robles en Búsqueda tiene el doble mérito de ofrecer una interpretación alternativa a los engaños que aún se sustentan entre los buenos; también lo que los depredadores desearon ocultar a cualquier precio: el funcionamiento desde dentro del tenebroso D2 cordobés. Mérito de Moore por la valentía de contar lo que otros por pudor se guardarían para siempre en lo más profundo de sí. Mérito por lo expuesto, más que doloroso para cualquier dignidad humana y peor aún para un militante formado entre himnos al poder maravilloso de la voluntad y de la gesta. Las confesiones de este hombre no constituyen ni por asomo el armazón de una epopeya. Descubren solo la árida capacidad de daño de algunos ejemplares monstruosos de la especie, a saber, las patotas milicas secuestradoras y torturadoras. Permiten sopesar los límites que puede soportar un individuo ante los peores vejámenes, sin que importe el sustentáculo ideológico, lo fuerte, justo, idealista y bondadoso que uno fuera o creyera haber sido. Lo último no es nada nuevo pero no deja de sorprender y desencantar cada vez que se comprueba: el bueno se impone solo en contadas ocasiones y triunfa a menudo el falsario, el malvado, el vicioso; aún con eso, no se aconseja desde aquí que se abandone la lucha.
Los horribles destruyeron a Charlie Moore de modo integral por seis años. Le rompieron el cuerpo, lo degradaron como solo puede un inmoral a un indefenso; acusa a sus raptores de hacerles creer a sus compañeros de cautiverio y a los que estaban libres, que él y su compañera se habían convertido en traidores. Pese a la relatividad de esto último, lo peor es que el quebrantamiento, la colaboración o la delación eran un horizonte posible para el caído vivo. Hay antiguos camaradas que se van a morir con el entendimiento que lo de Moore fue así y no valdrán atenuantes ni argumentos para hacerlos cambiar de opinión.
Para lograr el objetivo, para quebrar, los asesinos de lesa humanidad se valieron tanto de tretas perversas y hasta ingeniosas – no eran tan rústicos – como de las candideces y carencias de las prácticas militantes. También por las torpezas que plagaban a las jerarquías de las organizaciones en las órdenes que bajaban a los que se exponían en el terreno. Esas directivas maniqueas se estiraron en el tiempo, aun cuando la resistencia combatiente se difuminaba y lo que quedaba era solo cacería.
Tuvo que aparecer un joven policía – Miguel Robles – hijo de un comisario asesinado en 1975, cuya muerte fue atribuida a Montoneros, lo suficientemente sensible y abierto, para que otra verdad distinta, emergiera. Verdad emitida por un ex guerrillero deslegitimado por la mayor parte de sus ex compañeros – también se lo considera un aventurero y un lumpen, algo que mi lectura del texto no desmiente – y por los represores que lo conocieron, para reclamar un espacio en esta historia, la que hasta que este libro vio la luz, no le había abierto sus puertas.
El autor marchó al lugar de refugio en el que Moore pernocta desde que se exilió, lo entrevistó y le permitió explayarse sobre su versión de los hechos. El resultado es que los que creíamos saber bastante de la responsabilidad de las acciones de la guerrilla quedamos pasmados por lo que la sustancia de este testimonio revela. Por empezar, Moore argumenta que el padre de Robles fue muerto por sus propios camaradas de armas por no querer unirse a la cadena de delitos en la que estaban embarcados aprovechando el caos que suscitó la represión milica a la guerrilla. Según su perspectiva, un porcentaje altísimo de las acciones violentas atribuidas al ERP o a Montoneros fueron llevadas a cabo por las patotas represoras. Otras revelaciones del texto son igualmente perturbadoras (un ejemplo: pormenores del ataque del ERP al D2 y a la Jefatura de Policía en agosto de 1975 que se proponía liberar a líderes guerrilleros secuestrados y la reacción de Moore ante el asalto, que incluía – según él – también su ejecución por traidor [págs. 110 – 29]). Sorprenden las que develan la escasa o nula potencia insurgente antes del golpe para llevar a cabo operaciones de cualquier tipo en todo el país pero en especial en Córdoba. Prácticamente todos los atentados entre septiembre y noviembre de 1975 contra policías “fueron organizados y ejecutados por los mismos integrantes del D2” (166). El público y quizá los mismos compañeros de base lo ignoraban. La contrainsurgencia fabricó la supervivencia de un enemigo armado que casi no existía. Asimismo develó la profunda infiltración de los servicios en las filas de la diezmada guerrilla.
Más allá de que se aprecie o no el testimonio de Moore, sus gestos fierreros y las dudas que producen sus problemáticas explicaciones, lo que se dice en este libro pone en cuestión certidumbres de larga data arraigadas y que por lo menos ameritan revisión. El tema del carácter épico de la lucha setentista y los tópicos del héroe y el traidor, sin negar su validez y que jugaran un papel tan trascendente en la moral de los militantes, acá se auscultan desde otra óptica, quién sabe si verídica del todo, falaz de plano o en algún lugar del medio, pero digna de atención y divergente de aquella tan agraciada creencia en que el mal era solo el mal y el bien, el bien.
Se recomienda calurosamente su lectura.
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